19.6.07

ETICA e ANIMAIS - Dous autores, dous pensamentos) - Xuño 2007

Joan Barril (“Toros o animales”)
(publicado en http://www.elperiodico.com/)

Entiendo por fin los cismas de las religiones, las inquisiciones, la cosa de los hermanos separados, los matices, las diferencias entre protestantes y católicos, entre chiís y sunís. Todo depende de cómo se leen las cosas. El evangelista no fue suficientemente claro, pero el lector leyó aquello que le convenía leer. Y así surgen los malentendidos.Es lo que pasó ayer con los toros. Tres premisas. Primera: no me gusta la denominada fiesta de los toros. Segunda: me gusta menos prohibir algo que forma parte de la tradición de una minoría. Tercera: no creo que los animales tengan derechos porque el sujeto del derecho es el ser humano. Y ahí, en eso de los derechos, con la iglesia del animalismo hemos topado, amigo Barril. No se trata de ciencia, sino de creencia. No se trata de gustos, sino de evidencia. Ante las lecturas sesgadas que se dieron ayer en los medios audiovisuales he reflexionado, como siempre, torpemente, a la espera de que los y las grandes profetas del animalismo me saquen de mi estulticia. Ahí va.El animalismo es la defensa del animal cuando se le infiere un daño gratuito que no aporta nada a la explotación. Segunda opción más radical: el animalismo es la defensa del animal aunque sea para convertirle en una deliciosa chuleta. Del animal mamífero, ni siquiera las chuletas.El animalismo es intentar convencernos de que cualquier animal es igual que el ser humano. Pero las leyes están en manos de los hombres. Cuando se producen tantos errores judiciales y tantos seres humanos son ajusticiados o retenidos por otros hombres, ¿acaso la justicia animal sería mejor?El animalismo no establece distinciones. La ballena en extinción por las flotas depredadoras japonesas o noruegas merece la misma protección que la que generan la hormiga o el escarabajo. ¿Demagogia? Tal vez. Pero no me lo tengan en cuenta, porque el animalismo no me da ninguna pista al respecto.El animalismo proviene de un pacto ancestral entre el ser humano y la gran bestia. Yo te protejo y tú no me atacas. Se pacta con King Kong, con Moby Dick o con el Rey León, pero mientras tanto exigimos de la Administración que impulse eficaces campañas de desratización.Más aún: si los animales tienen derechos por ellos mismos, ¿quién, sino el ser humano, va a establecer la frontera entre los animales que sean merecedores de esos derechos? El bonobo, porque folla cara a cara como nosotros. El delfín, porque es más listo que el tiburón. El toro, porque es español y lo matan los españoles, claro. El animalismo antitaurino se nutre en Catalunya del nacionalismo reactivo. ¿Tan solos estamos los antitaurinos que solo podemos justificar nuestra repulsa envueltos en una bandera? Manuel Vicent, ven a ayudarnos con argumentos profundos y no por la tontería de una supuesta pureza catalana. ¿Qué sucedería si un buen torero se declarara partidario de la independencia de Catalunya? ¿Punto final?Dejemos los toros para regresar a tragedias más lejanas. Las focas son, para Brigitte Bardot, unas víctimas, pero son competidoras para los pescadores de los grandes bancos de Terranova. El animalismo de los países del África Negra es el resultado del diferencial de ingresos entre el turismo de safaris fotográficos y el comercio clandestino de marfil.Si el animalismo ha de ser algo serio, que me lo planteen. Mientras tanto, aquí tienen a un antitaurino racional que no quiere seguir perdiendo el tiempo con el derecho al voto de las medusas. Su turno.
http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=416826&idseccio_PK=1006

Miguel Schafschetzy ("Carta a Joan Barril")
(Publicado en http://www.animanaturis.org/)

Estimado Sr. Barril:
He leído con interés sus recientes artículos (julio 2005) en El Periódico, referentes a la crueldad hacia los animales, y en concreto hacia los toros. Con independencia de las prioridades de la acción moral, un problema de ponderación, veo una inconsistencia en su argumentación debido a la falta de un criterio coherente para el establecimiento de lo que llamamos “derechos”. No es cierto en la práctica que los derechos sean cosa exclusivamente humana, ya que igual que los bebés (que tampoco pueden definir derechos) los animales suelen gozar de algunos derechos (escritos) de protección. Aún así –podrá alegar– podrían ser derechos subordinados a intereses humanos. El problema de fondo es el fundamento de los derechos. Éstos no caen del cielo, como bien dice usted, pero tampoco salen de las tómbolas y ni siquiera, en sus aspectos valiosos al menos, de los mercados bursátiles.
¿Qué ocurre si los derechos, formulados con lenguaje racional, responden a necesidades naturales no propias de una racionalidad endogámica, sino de nuestra condición no racional? Ni siquiera el ser humano nace con derechos escritos en su cuerpo desnudo. Más bien parece que los derechos, pasados por el tamiz de las relaciones sociales, suponen un esfuerzo para limitar el sufrimiento, en principio humano. Y también parece que la imperatividad de fondo reside en el sufrimiento, que –otra suposición, diría que convicción– también puede darse en unas cuantas especies animales. Usted mismo habla de tortura y crueldad en las corridas de toro. Es curioso también que usted pase de una cuestión de “prioridades” a un hiato que elimina los grados: los animales no tienen derechos, los humanos sí.
Ya Kant cometió el error de identificar agente moral con paciente moral. Por supuesto tuvo que hacer malabarismos conceptuales para blindar su teoría ética (que, resumiendo, supone que el fin en sí es exclusivamente el ser racional, en tanto ser moral) ante resultados aberrantes como la invalidez moral de los bebés, de los dementes y –con su permiso– de los animales sensibles (toros pongamos por caso, aunque, efectivamente, la suerte de las ratas tampoco sería irrelevante). Como siempre, aquí conviene establecer prioridades, que es lo mismo que hablar del mal menor, pero no lo mismo que hablar del sinsentido de derechos para seres no racionales. El argumento de Kant contra el maltrato de animales es, entiendo, el mismo que emplea –más ambiguamente, tal vez– usted: la potencial degradación del agente moral.
En su momento hubo una discusión en el seno de la Iglesia Católica sobre la condición humana de los indios de América. Si tenían alma, tenían derechos también, a pesar de que su concesión estaba en manos de los colonizadores. Si no tenían alma se les podía quemar vivos. Usted daría sentido a este tipo de discusión en relación con los animales, aunque su intuición fuera por otro camino. Ironiza usted sobre los derechos de las lechugas, sin percatarse de que la ironía sólo funciona por la diferencia entre la condición del toro y la de la lechuga y no porque el torero, y con él los espectadores, le tenga más ganas al toro que a la lechuga.
Quiero recalcar que no discuto sus prioridades y que le deseo suerte en su intento de combatir espectáculos degradantes (entre los cuales no incluyo, como ve, el destrozo culinario de lechugas), pero creo que su concepción de los derechos (en la práctica, de la importancia de la suerte de los seres sensibles) no le pone más por encima de sentimentalismos humanos que por debajo de la racionalidad ética. Si no reconoce la importancia intrínseca del sufrimiento de los animales, la defensa del bienestar humano adquiere un aire parcial y arbitrario, si es que se trata de esto, de atender nuestra condición sensible y vulnerable.
Tal vez haya un punto de esa filosofía postmoderna en su argumentación (el problema es “ver” el maltrato de animales y no éste por sí mismo, es decir, como algo que, potencialmente, podríamos “saber”). Con ello no haría justicia a su vocación de verdad.
Cordialmente.

http://www.animanaturalis.org/modules.php?goto=Svst107_971
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